09 February 2010

La Leyenda del Piso: El Calabozo* Encerrado

::+entrada de la música de la historia de Hyru—no, Madrid::

Este cuento empieza con la Gran Búsqueda.

Tras la Primera Esperanza y el Atraco* al Cuarto, el héroe encontraba tres lugares más para visitar el vigésimo séptimo día del año de nuestro Señor dos mil diez. Dos de los dueños eran simpáticos y ofrecieron buenos pisos, pero se descubría La Perfección en el Paseo de los Jesuitas, número 16, donde por la entrada 4-H estaba buena calefacción, buen precio, y la Mejor Cosa, acceso a la terraza. Todo en orden, nuestro héroe pagaba la fianza y el primer mes de alquiler ocho días tras el Buen Encuentro (que Dios bendiga a su mentor que le dio el piso).

La última cosa era mudarse al Gran Piso. así, el domingo antes del trigésimo noveno día de 2010, el héroe preparaba su equipaje para la Excursión. Tras sus clases el 39 día (y tras una siesta; nuestro héroe es un ser humano), cogía sus cosas de su piso temporal y empezaba su viaje. Y aquí nos le reunimos.

::+entrada de la música del mapa::

* * *

Ay de mí. Fue difícil, pero +lo hice.

De veras, me encontráis al fin de mi viaje. El narrador os dijo malo, y ya dormí una noche en mi piso. Pero voy a contaros lo que pasó, porque es un gran cuento.

* * *

Salí del piso de mi señora a eso de las 17:30. Llevé tres de mis cuatro bolsas: mi bolsa para mi cámara, mi mochila más grande, y mi maleta que pesó una tonelada de mierda. Porque mi piso estaba en la segunda planta (nuestra primera planta en EE.UU. a causa de que es la primera del suelo, mi viaje empezó con escaleras.

En seguida* que +salí del edificio, vi la colina* de la Calle de Embajadores que conocía como hogar y dije, “Mierda.” Subí la colina, lo cual no fue tan desmoralizador* como las personas que me miraron. Oía que mudarse por Metro y las calles no es normal, pero no iba a +pagar por un taxi. Estupideces*. Vale la pena ver las caras inquisitivas* en vez de comprar la distancia vehicular con dinero suficiente para una comida.

Entonces las escaleras en la boca de Metro en La Latina. Claro, fueron mecánicas, lo cual hizo más fácil llevar el equipaje. Pero seguí llevándolo torpemente*, así fue un bien (pero no más que bien) inicio de +un viaje por Metro que me sacó adelante a Ópera, Príncipe Pío, y +por fin Puerta del Ángel. Hube que correr un poquito (¡con mi equipaje!) para subir al próximo tren a Puerta, y tras usar un buen donante como cortina* para evitar un mendigo*, salí de la boca y anduve…

…al +Paseo de Extremadura. ¡Y creía que fuera difícil esta colina! Ésa necesité subir por más o menos una tercera de un kilómetro mientras esquivar* los viejos que decidieron que ahora fue tiempo perfecto para pasar andando los escaparates* y cruzar las calles. Despacio. ¡TODOS LOS ELLOS! ¡DESPACIO! No estoy en contra de los viejos; es que mientras llevar el equipaje en subida*, quiero pegarles en la parte posterior de la cabeza a los quienes andan despacio.

Podía pegarles a eso de 1.500 viejos, qué tiempo hubo en andar por el paseo. Tienen razón llamar el Paseo de Extremadura. Ay, qué dolor. Esperaba en tener +un caballo.

Por fin pude doblar a la izquierda en la Calle de Guadarrama, la cual es al parecer el comienzo de +la zona para previsiones. Habría mirar los precios bajobajobajos de comida, pero con el sudor que llevé, es probable que ellos no me dejaran entrar. Pues, vine andando. (Y de veras podía hacerlo esta vez. Menos viejos.)

Doblé a la derecha en el Paseo de los Jesuitas y busqué el número 16. Como dijo ese narrador que embellece, estaba allí dos veces antes de ayer. La que no tenía, sin embargo, era una llave. Y gracias a mi mentor (…vale, que Dios bendiga), ¡ya tuve tres para elegir! Yo—

Esperad un minuto. Tomemos una siesta aquí. (Porque yo la tomé.) Toda esa +música de Zelda con que he rociado este cuento fue para daros la sensación de que éste sea un Gran Viaje digno de un nivel en un videojuego. En realidad, yo no sentí como Link. Solo sentí como alguien que se mudaba por la ciudad. El narrador quería el sentido de Link, y no puedo controlarle. (Las fuentes de la música, a propósito*, están aquí y aqui)

Aquí, por lo contrario, en el frente de mi nuevo edificio, es dónde todo pasa. Aquí, de veras sentí como el protagonista en un partido de Zelda. Y para daros un anticipo* del sentido de subir cuatro plantas por escaleras (cuatro, no tres) con un poquito de luz, os presento a vosotros +esta música de fondo.

Volvamos al cuento. Cuatro plantas por escaleras, una maleta con ruedas llena hasta el borde*, una mochila, y una bolsa para mi cámara. (Y si conoces mi cámara y sus lentes, sabes que una bolsa para ellas es torpe para llevar con algo, como todas sus posesiones españolas.) Pensaba en apropiarme* de un piso en la segunda planta, pero no quería ocuparme del robo, pues subí por el dolor. (Ay, soy dramático.)

Llegué a la cumbre* y encontré +mi último enemigo, más para asustar* que las colinas, los viejos, y las escaleras: la puerta blindada. Mi mentor (…la paz sea con ella) dijo algo sobre cinco tipos de cerraduras (uno para abrir el pestillo y uno por cada de los cuatro postes), así estuve listo para una pelea.

Pero no espero dos minutos de solucionar un rompecabezas.

Giré una vía la llave. Oí un clic mientras se movía un poste. …Cuál vía, no supe. Continué la vuelta y oí otro poste. Anduve girando hasta oír los últimas dos postes.
“Vale,” pensé. “Lo comprendo más o menos ahora.” Al menos, es lo que quería creer. Pero con mi mente cansada, las capacidades y seguridades mentales no estaban allí.

Giré* la otra vía la llave. Oí un clic, dos, tres, cuatro. “Ellos parecieron abrir,” me dije. Así, giré la llave un poco más hasta encontrar resistencia y empujé la puerta.

+Nada.

La traté otra vez.

+Nada.

La giré la otra vía, oí los cuatro postes, y empujé.

+Nada.

“¿Qué pasa?” pensé. “He de perder algo. …¡Dios mío, pasa en cada rompecabezas de Zelda! Justo al encontrar la medida* que necesito voy a sentir estúpido, pero hasta entonces ¡no tendré nada idea!” Me fui de la puerta y examiné todo que estaba en la cabeza.



+Nada.



Podía sentir +el fracaso. Había venido desde La Latina hasta el Paseo de los Jesuitas, sobre colinas y por líneas de Metro, para perder en un juego mental. Casi no parecía que valiera la pena. Se eché a construir mi propio cuarto afuera de la puerta.

De pura costumbre giré la llave en dirección que supuse la abriera. Un clic, dos, tres, cuatro, como antes. La empujé otra vez, sin querer giré con un poco más fuerza que antes—::+CLIC::

::+crujir*::

::+abrir::

¡ÉXITO! ¡Le gané al calabozo!

Y ahora soy su jefe.

::+méritos del fin::

No comments:

Post a Comment