Como ya dicho antes, a veces me parece fácil la lingüística y a veces no. En un día como lo último*, la mente mía se pone en una tortilla española de palabras e ideas abstractas sin base en algo concreto. Es decir, todo lo que escucho y pienso está en una nube de frases (¡o sea, letras!) sin dirección ni orden.
Solo un ejemplo. El siete de abril, a las cuatro, en la clase de Etnología. Acabamos de empezar las presentaciones estudiantiles en grupos (la de mi grupo pasará el 21 de abril), y por mayoría parte se presentó la primera con apoyo del gran presentador, Microsoft PowerPoint. Gracias a Dios, pude seguirla con la mínima de dificultad. Lo último de los tres socios del grupo, sin embargo, habló desde sus apuntes sin ayuda de una presentación por ordenador. Y juro por Dios, me hizo la mente en espagueti, la misma nube sin forma. («¡Socorro!» dije a mi amiga española Ali después de clase.)
Por toda su presentación, busqué algo concreto y ya conocido. Por causa de que mi lengua nativa, inglés, se basa en sustantivos y adjetivos y adverbios, los esperé para comprender, sobre todo los sustantivos. Es trabajo difícil, porque se basa español en verbos. Es un idioma de acción, de verdad. (Es siempre «¡Ven aquí! Es que quiero que vengas para que puedas trabajar para que al llegar al mercado de trabajo tengas éxito y ganes dinero. Venga, ¡vamos! ¡Limpia tu habitación y luego haz la tarea! ¡Puede que tengas que pedir por la calle lo que necesitas para vivir! ¡Me preocupo que tengas hambre y que vivas sin nada!». Todo el día con «que, que, que, que».)
Pues, nada. Ali me ayudó, por gracia de su caridad. Y sigo mejorando mi uso de verbos, y a los cuales puedo prestar más atención. Pero a menudo, incluso ahora, soy pescador de sustantivos. Ni de verbos, ni de infinitivos, ni de hombres (¡ja!), sino de sustantivos.
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